| Este relato es un recuerdo que siempre me llega en estas fechas, y que si alguien tiene la paciencia de leerlo entenderá el porqué Otoño de 1967 Jueves 7 de Diciembre El sector de las máquinas pinball estaba liderado en España “a la limón” (los taurinos me entenderán) por el tándem Petaco-Maresa. En Petaco reinaba Juan Pedro Van Den Bergh y llevaba la batuta, Juan Paredes. En Maresa reinaba Antonio Pedrol Rius, y llevaba la batuta Pedro Manresa. En Inder reinaba Pepe Martín Martinez que era a su vez el creador de los modelos. El resto de fabricantes estaban en 2º plano aunque algunos de los modelos tuviesen honrosos resultados.
Las máquinas no se vendían de fábrica directamente, para que nos entendamos, eran como los automóviles. Habían Concesionarios en cada región, (no en todas las capitales) y cada Fabricante tenía nombrados sus concesionarios; la fábrica no daba apoyo técnico, ni garantía, era el Concesionario que como distribuidor que era, asesoraba al Operador de turno.
El asunto era así: Fabricante que obtenía los permisos de fabricación de Los Gobiernos Civiles (en Madrid de la Dirección General de Seguridad) Concesionarios-distribuidores: eran los destinatarios en exclusiva de la producción de las fábricas con el compromiso de dar asistencia técnica y suministro de repuestos a los Operadores (en aquel entonces se los llamaba “explotadores”) El nombre de explotador de pinball no era nada peyorativo ni injurioso, era simplemente que quien pone una máquina a trabajar es que la está explotando. Los concesionarios, salvo que lo pactasen en contrario con el fabricante, podían vender máquinas de varios fabricantes dentro de la zona asignada, no obstante había zonas en las que el fabricante podía exigir dedicación exclusiva a su distribuidor. Es de recordar que antes, lo mismo que ahora, los bares no podían comprar y colocar máquinas en su establecimiento, ni tampoco los fabricantes; para colocar máquinas existía la figura legal del Operador que daba de alta su actividad como cualquier empresa, tenía sus empleados y pagaba sus impuestos. Los distribuidores a fin de mejorar y agrandar su actividad pensaron con muy buen criterio: “si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma”, y montaron empresas Operadoras asociadas a la propia distribuidora, y por un lado compraban las máquinas a las fábricas, y por otro lado las vendían a Operadoras, y para tener más ventas su propia Empresa operadora buscaba bares y las colocaba; y si salía un modelo muy rentable daba prioridad en la vente a su propia Operadora. En este asunto la Fábrica no pintaba casi nada, pero sin duda el ser Distribuidor en exclusiva de una Marca en una zona determinada era un seguro de enriquecimiento. En 1967 Petaco tenía concedida la distribución de sus máquinas en Segovia y parte de Valladolid a Prisciliano de Blas, un Sr. que vivía en Madrid y que en colaboración con un Operador de Segovia, colocaban máquinas en los bares. Las máquinas eran la New City y la Rey de Diamantes (entre otras) que eran los dos primeros modelos en que se ensayaban nuevas piezas y circuitos Y hasta el Terfán protector de tablero. Las máquinas daban ciertos problemas de mantenimiento, en parte por desconocimiento de las nuevas técnicas, y el nombrado Sr. De Blas no encontró otra forma más práctica de solucionar aquello que dejar inactivas las máquinas averiadas durante la semana y el sábado (con el permiso de la Dirección de Petaco) contratar y pagar por horas a un técnico de fábrica y llevarle y traerle en su coche Madrid-Segovia y vuelta, (en aquel entonces solo los ricos o los distribuidores tenían coche). Esta operación se hacia casi todas las semanas, el técnico de Petaco (que siempre era el mismo), sacaba un dinero extra y el Sr. De Blas resolvía sus problemas. El jueves 7 de Diciembre de 1967 era víspera de fiesta (y de puente) y apareció por la mañana en Petaco el Sr. De Blas a recoger al técnico de siempre para llevarle y traerle de Segovia y no dejar parada una New City. Sucedió que el Técnico ya había hecho planes con su novia para el puente de la Concepción pues el Sr. De Blas se presentó sin previo aviso y no encontraron más solución que proponer el trabajo a otro técnico de Petaco; costó convencerle porque también había hecho planes pero llevaba dos meses de casado y necesitaba el dinero; así que accedió y con las mismas marcharon a Segovia: Prisciliano de Blas, su único hijo varón de 17 años que estaba aprendiendo y Pablo Pérez Frías, Técnico de Petaco. No llegaron a Segovia, los tres quedaron en la carretera, la muerte debió ser instantánea. El Técnico de Petaco que SIEMPRE IBA, ese día no fue, … era y es, Eulogio Pingarrón. Estuve casi tres meses sin atreverme a montar en un coche ni siquiera de copiloto. Pablo Pérez Frías había sido mi ayudante varios años en múltiples trabajos antes de que yo me colocara en Petaco, en cuanto que pude y empecé a ser considerado en Petaco, hablé para que lo admitieran; le tutelé lo que pude para que ascendiera, la única vez que necesité algo de él fue cuando le pedí que me sustituyera en ese viaje; él no deseaba ir pero lo hizo como un favor por devolverme algo que él creía que me debía. Fue sin duda para mí, un regalo del destino la vida me era regalada de nuevo. Jamás olvidaré la mirada de su viuda en el cementerio, me disponía a acercarme y darla el pésame, pero ante esa mirada retrocedí.
En otro capítulo relataré como este triste suceso modificó las circunstancias de algún fabricante hoy conocido por todos y que sigue en activo.
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